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Camino de Imperfección

Solidaridad de base y a gran escala

Solidaridad de base y a gran escala Manos cruzadas que forman un entramado sólido.

Hace once o doce años, algo me movió a colaborar activamente en el proyecto de mejorar el mundo para todos, o, al menos, equilibrarlo y hacerlo más justo.
La revelación de alguna lectura casual y, a partir de ahí, la búsqueda de más información. Datos sobre la realidad de nuestro minoritario mundo y la de otro de tercera categoría. Despertaron mi indignación. ¡Qué desfachatez, o, cuando menos, cuánta ignorancia la nuestra!

Fotocopié los listados de oenegés que encontré en el patronato, e inicié llamadas telefónicas y visitas. No esperaba la resistencia que parecían ofrecer algunas asociaciones ¡Sería posible! _Como aquella vez (y no recuerdo si todo fue en la misma temporada) fui por primera vez a donar sangre, y me rechazaron por tener la tensión baja.
¿CÓOOOMO? Que el banco de sangre está bajo mínimos, tengo el grupo de sangre ideal, ¿Y se permiten pasar de mí?
-Bueno, bueno, cuándo vengas que sea por la tarde, y después de comer abundantemente.
Y, así, fui después de la comida y tras un atracón de galletas, para completar._

Cuando cooperar fuera de las aportaciones económicas ya parecía imposible, un pequeño anuncio apareció en el periódico. La misma referencia que me había impulsado a movilizarme. “Reunión de la Comisión local de la Plataforma 0’7% PIB a las bla bla bla…”
Acudimos cinco personas a los locales. La mía, la única cara nueva para aquel grupo de viejos conocidos.

Perpetramos concentraciones silenciosas, pegadas de carteles caseros en las calles y cajeros automáticos con cámaras, alguna llamativa actividad que fue tildada de marketing por algún grupo que vio peligrar sus bases, su cantera de impulsivos y maleables jóvenes rebeldes.
En algún caso, los familiares presionaban para dejarse de tonterías, de ganar enemigos y para mirar más por uno mismo, y para pensarse, muy mucho, eso de la donación de órganos; alguna pareja recelaba de tanta filantropía desinteresada, casta y pura; algunos amigos increpaban que aquí ya había a quién ayudar, y otros se sentían orgullosos del amigo “puntazo” de última tendencia social solidaria.

Ya existía algún local para hacer realidad el “comercio justo” y, si la neocomprometida social y mundial, llega a saber que, de aquel regalo de tela de saco, lo que más iba a gustar era la etiqueta que decía que ese producto estaba hecho artesanalmente en tal país y que el dinero que con él se pagase, cobraría justamente su productor, se evitaba la explotación y se protegía el medio ambiente, pues, hubiera efectuado su desembolso sin llevarse otra cosa, para envolver bajo la estética del papel reciclado, que la mencionada etiqueta explicativa y tan puntazo.

Pero también hubo causas más anónimas y humildes. Pequeños compañeros de aula ninguneados o acosados por la crueldad alienada infantil; colegas en el punto de mira de críticas y sospechas, por su raza o su condición de inmigrantes; amigos con discapacidades pero con mayores limitaciones impuestas por los demás; mil individuos que se sienten mal y solos en su batalla.
Y es que, allá donde haya una injusticia, es imprescindible combatirla. Porque solidarizarse con el que está aquí, no se enfrenta a solidarizarse con el que está en las antípodas.

P.S. Sí, ya sé que me repito un poco en las fuentes, pero es desinteresadamente…

8 comentarios

Hermione -

Pues tienes razón, Odalys. Hay alguna campaña que, de modo indiscriminado, culpa al espectador. Y no creo ni que sea justo, ni eficaz ese estilo para todo receptor.

Odalys -

Pues yo con esto de la solidaridad la primera vez que doné sangre me pincharon los dos brazos y siempre me digo que quizás es la última pero ya voy por 9. Pero aquí la primera vez que doné resultó que eran unos muy disfrazados de "ayuda a niños con cáncer" y resultaron ser los que luego venden la sangre :( me enteré a la segunda vez que sí fue en un carro de hospital.
Lo que no entiendo ni soporto es que muchas campañas hagan sentir mal a los vivos por tener un órgano que funciona cuando hay otro que lo necesita. Que hay que tener medida!

Hermione -

A mí me sorprendió una señora a la que dije "póngase aquí" señalando una mesa, y la pobre mujer empezó a levantar la pierna para subir a la mesa. Sólo quería que apoyase las manos.
Y, además, ¡si yo soy muy tranquila...!
Reconozco que no me expresé con propiedad, y que cualquier día me veo en su lugar.

Gatopardo -

Eh, quietos paraos: los terratenientes de mi pueblo por no dar no dan ni los buenos días.
A mí lo que más me mosquó es lo bienmandado que fue y lo automáticamente que obedeció, sin extrañarse, nada...
¿Tendré yo dotes de institutriz?

Hermione -

Jjjjjjjjjjj ¡Gatopardo intimidando a la crem siciliana! Pa' no perdérselo.

Atlante, ¿tú también eres de la escuela del post diario? ¡¡¡Horrrorrr!!! ¡¡¡No voy a poder con todo!!!
Ah, ¡y que ya llevo días entrando...! Deberías instalar un Observatorio general. Gato te lo explica, es experta.
Ya hoy, he emborronado por fin tu página ;P

Atlante -

Hermíone, quería enviarte un mail para invitarte a pasar por mi blog (blogia.com/sobreatlantis) pero no tengo tu mail (a menos que seas megaherzia, pero como no lo tengo nada claro). Date una vuelta por ahí y ves las tonteridas que he estado escribiendo ;)

Atlante -

Muy bueno. Y allí el terrateniente, dispuesto a donar la mitad de sus tierras por la causa y tu vas y le haces un placaje.

Nada, ya me voy a mi blog, a ver si se me ocurre algo que escribir...

Gatopardo -

Bienvenida al club de las entusiastas que no obtienen entusiasmo: en mi voluntariado con Medicus Mundi ayudé durante algunos días en la exposición y venta de productos africanos que se pone en diciembre, y vigilaba para que no robara nadie. Yo soy despistadísima; pero sé catalogar a la gente y vi a uno que me inspiró una desconfianza total: no aparté la mirada de sus manos hasta que en una de esas lo pillo cogiendo algo y guardándoselo. Ya sabes, decisión y discrección: -"Deje donde estaba lo que se ha metido en el bolsillo, por favor." Y saca su dentadura postiza y me dice: "Es que me roza y me hace daño." y se la volvió a poner. Debió de pensar que yo era la vigilante que le había puesto su dentista hasta que se acostumbrara a la protesis.
Pero yo llevaba razón: no era de fiar: era uno de los mayores terratenientes de mi pueblo.