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Camino de Imperfección

Autocensura

Autocensura

La imagen es la de un hombre que grita y frente a su boca empuña unas tijeras preparadas para efectuar el corte.

¿Por qué uno mismo va reduciendo su libertad hasta sentirse vivir como preso? ¿Por qué uno se cansa de pelear continuamente? ¿Por qué uno empieza a temer que le excluyan o que se haga de él, una lectura que no es la que uno tiene sobre si mismo?
Hacer uno lo que quiere y silenciar para no sembrar la discordia, ni el juicio erróneo. ¿Es hipocresía? ¿Es noble astucia?
Es doloroso herir los arraigados prejuicios de los seres queridos de otra generación (padres, abuelos…), pero es absurdo y castrante ahogar los objetivos, criterios, el modo de vida propio.
Eludir discrepancias con propios, con afectados y con ajenos, o el asentir diplomáticamente, o dar la razón por compromiso, va estrangulando.
Uno se siente Defectuoso cuando coincide con una persona inquebrantable, y entonces no es capaz de mostrarle su Imperfección. Uno va dibujando un camino compartido muy estrecho.
Designamos a unos como interlocutores válidos, y descartamos a otros.
Y nuestra personalidad se va diluyendo en el océano de la comunidad social.
La mayoría nos vamos auto-domesticando, construyendo y echando la llave de nuestra propia celda.

Máculas

Máculas

Foto: manchas oscuras e irregulares sobre la homogéneamente luminosa superficie solar.

Estos días he leído cosas muy interesantes para esto de mi búsqueda de la Imperfección.
La primera, en el blog del duende.

Para empezar, me ha chocado su coraje por escribir eso. Una persona que ya ha pasado la adolescencia ¿no se convertirá bajo su criterio y bajo el de los demás en un monstruo si muestra rechazo hacia sus progenitores? (No).
Por otro lado, la decisión misma de aceptar el mal rollo (sea cual sea el modo del que haya llegado) y no achantarse, seguir planificándose a su voluntad.
Es decir, tanto si los reproches existieron siempre como si fueron consecuencia de alguna decisión, no se achantó por ellos, para dar un paso adelante o para no desandar lo andado.
Aunque duele la condena de los seres queridos por su incomprensión, se hace lo que hay que hacer para vivir, hay que pecar para estar en el cielo, hay que ser imperfecto para que todo sea perfecto.

Y aquí viene mi otro descubrimiento, Sabbat. Entrar en su blog
No me refiero a un post en concreto, sino a su Obra, que es su evolución hacia su libertad, hacia su Imperfección: punto de mira de desconocidos, amigos y familiares, pero insuperablemente feliz.

Mi deseo

Mi deseo

En imagen blanquinegra, un primer plano de una inquietante mirada. En contrapicado, y desde debajo de unas cejas espesas y bien definidas, se nos clavan unas pupilas desplazadas extrañamente del centro de un iris que parece reflejar unas grietas terrestres, o rios de magma, o estelas marinas...

Cierro los ojos y formulo mi deseo.
Dormida como despierta
me gusta lo que, de tu mente,creo conocer.
Me encanta tu predisposición amable,
y ya odio los desprecios que interpreto.
A pesar, o porque, o a raiz de,
yo quiero tenerte cerca y constante.
Y no sé o no quiero
expresarlo de otro modo
que poner mis labios
a cinco milímetros de tu piel,
que sentir y hacer que sientas
sólo el calor que desprendemos.
Y que, más allá de esa distancia,
el aire es frío.
Y me basta con ese tu abrigo tibio.
Yo quiero tener el templo del deseo,
que la suave cascada de tu voz
se deslice por mi cuello y espalda.
Mi racionalidad elige volverse loca
y ansiar disfrutarte con su certeza
y en la incertidumbre.
Así sea mi deseo.


Antes de que quede patente que nadie entiende nada: esa ha sido mi manera de explicar el punto de vista que tengo acerca del amor.
Aquello de si hay que dejarse guiar por la cabeza o por alguna pasión.
Yo creo que me regodeo en mi deseo una vez que mi cabeza da el visto bueno, a pesar de los contratiempos que sepa ver.
O, bueno, eso me creo yo.

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    Los sirvientes

    Los sirvientes

    En la foto en blanco y negro, posa un grupo de mujeres ante la fachada o en algún patio interior de alguna antigua mansión. Por detrás, asoman las frondosas ramas de algún árbol. Yo situaría la imagen en los pasados años 20-30, pero no lo puedo asegurar.
    Van uniformadas con unos vestidos largos hasta los pies, unos enormes delantales y manguitos oscuros y unos singulares gorritos abombados de tela fruncida rematados con un pomposo lazo negro contrastando su tono. Dos de ellas permanecen levantadas y dos sentadas. Algunas son niñas.
    Entre ellas, situada en el centro, sobresale otra mujer más alta y adulta. El vestido de su uniforme es oscuro, al contrario que el de sus subordinadas, y va cubierto con un delantal luminoso. Su tocado es una especie de cucurucho invertido sobre su pelo.
    Ninguna sonríe y el gesto de sus manos es humilde, un entrelazado domesticado de ambas manos. Se observa incluso, el brazo desmayado de una de ellas, que observa con mirada temerosa y sumisa a su superior.
    Ellas son las Sirvientas.

    Recuerdo que algún día conseguí ver algunos fragmentos de aquella serie “Raíces”1 desde debajo de la mesa del comedor. (Tenía por lo menos 1 rombo –posición intermedia en la clasificación de la censura en la televisión de los 70, en España-).

    Sé que, más tarde a los años en que se desarrollaba esa serie, los Señores eran benevolentes con “el servicio”, pero eso sí, guardando las distancias y sabiendo, cada cual, dónde estaba su sitio.

    Una vez, en casa de una amiga, escuché la detallada biografía de otra joven. Hablaban con “familiaridad” de ella, sus objetivos, sus preocupaciones, desatinos, ridículos razonamientos… sus intimidades. Ella era “su chica”.

    Entré en la casa durante varios meses llena de bolsas rebosantes de aprovisionamiento. Lo guardaba y adecuaba mi atuendo para las tareas del resto de mis siete horas, cocinar, limpiar, acompañar…
    A la mesa, se interesaba por mis estudios, mis familiares, mi novio… Opinaba y aconsejaba, admiraba y condenaba, se alegraba y se ensombrecía… Y preguntaba, siempre Como en Casa, hablando fuerte y claro, con decisión, hasta el fondo de mi intimidad porque, en relaciones así, se tiene todo el derecho. Yo era “su chica”.
    Y, de mi entorno, esperaba especialistas para atender las chapucillas que pudieran ir surgiendo en su vida diaria: esa lámpara cortocircuitada, ese grifo que gotea…
    Las gentes así, el populacho, ambiciona cada vez más, y siempre están disponibles y dispuestos a todo.

    Observar estas cosas me ha hecho pensar en el sentimiento de propiedad, de derecho que existe sobre las personas, sean empleadas de otras, sean sus “criadas”, sean sus hijos, maridos… y cómo se empieza entonces a regalar, vender y reclamar con exigencia la intimidad, el tiempo, y las obras ajenas, como si de las nuestras se tratara.

    Hermione

    1. Título original “Roots”. Basada en la novela de Alex Haley. Trata la historia de un joven negro hecho prisionero en África, trasladado y vendido como esclavo en América.

    Cosas que sólo nos pasan a Woody Allen y a mí

    Cosas que sólo nos pasan a Woody Allen y a mí

    La imagen es un fotograma de la película "Misterioso asesinato en Manhattan" de Woody Allen. El matrimonio echa una partida de cartas en una cafetería. Realmente, lo que hacen es espiar a un vecino del que la mujer, Diane Keaton, sospecha que ha asesinado a su esposa. Él no da crédito a esta hipótesis, pero se ve arrastrado a colaborar en la "investigación" -En realidad el motivo que le lleva a colaborar no es el contentar a su esposa, sino los celos que siente del amigo que se presta voluntariamente a ayudar a Diane, pero por exigencias de "mi guión" así os lo cuento-.
    En la escena, ella echa la partida con pasmosa frialdad profesional, mientras a él le tiembla el pulso, se le caen las cartas...

    Quería dejar mi trabajo, sin pena ni gloria. No quería malos rollos ni con unos -jefes- ni con otros -compañeros-. A unos, explicaba que iba a intentar conseguir un mejor empleo. ¿Pero cómo iba a decir a los que allí seguirían que me escapaba de ese tormento? Pues, claro, como sospechaban, la injusticia empresarial se cebaba en mí.
    Mis compañeros me alentaban a quejarme, a reivindicar mis privilegios frente a los recién llegados, ellos hablarían en mi favor, ¡mejor oferta de contrato para Hermione! ¡A las barricadas! ¡Más madera!... Y yo, feliz ante la expectativa de cambiar.
    Tampoco quería malos rollos con la empresa, ni cerrarme puertas. Así que no les eché en cara su infrautilización de mis servicios. Y ellos… pensando que es que yo ya debía tener algo entre las manos -otro trabajo-.
    Aquello se estaba saliendo de madre…

    Otro alegato.
    En una conversación escrita, comentábamos acerca de libros que habíamos leído. Mi interlocutor, se mostró entusiasmado al “entender” que yo había leído un libro que a él le fascinó. ¡Ciencia ficción! ¡mi tema favorito! Buff!
    ¿Se adivina cuál es uno de los libros que he cogido en préstamo de los fondos de la biblioteca municipal? Ya me queda menos para el final.
    Al menos, gracias a este defecto mío, me voy instruyendo… o algo.

    Hermione

    Tumbada en la cheslón

    Tumbada en la cheslón

    En la foto, sobre un suelo de baldosas agrietadas, aparece una especie de tentador sofá con desgastado tapiz de terciopelo dorado. Su estructura es de madera oscura: las patas torneadas y con pequeñas ruedas en sus extremos, y en lugar de reposabrazos, tiene un lado libre y en el otro, un corto respaldo inclinado. A lo largo de la cheslón, una gran pieza acolchada cuya forma recuerda el contorno de un contrabajo, y forrada con el mismo tapiz dorado.

    ¡Doctor, está muy vacía esta consulta!
    No hay retratos suyos, ni fotos de familia, ni de amigos. No hay ningún paisaje de su ciudad. No hay una pila de revistas de sus aficiones. No cuelga sus títulos y diplomas de las paredes.
    ¡Oh, doctor! Me está empezando a entrar miedo. ¡Ni siquiera hay una placa con su nombre, una tarjeta...!

    Incluso a mí misma, se me hace extraño. ¿Cómo abrir un weblog, un diario, una página personal sin querer dar datos personales?
    Pero ahí estaba ella, Cordelia, para enredarme, para reavivar ese gusanillo de dejarme llevar por la escritura, esa afición por, como leí al cantante ídolo de mi adolescencia, utilizar la escritura como terapia para entenderme.
    Ahí estaba Odelia para hacerme creer que es posible, que se puede escribir y escribir, y leer y leer, sin echar en falta un nombre de pila, una ciudad, un curriculum de estudios, profesiones, aficiones.

    No sé si esta página supondrá más que un desahogarme, la posibilidad de ordenar mis ideas, la de hacer síntesis con vuestros comentarios.
    Ignoro si tendré tiempo, capacidad para llevar esta bitácora, con qué frecuencia escribiré en ella, hasta cuándo, hasta dónde.
    No importa, aquí me embarco yo y saludo a quienes lleguen y marchen.
    Ahora bien, Obdulia, como Hacienda, el Registro de la Propiedad o quien quiera, pretenda hincarme el diente... ¡tú, te enteras!.

    Miro la valentía de quienes asumen una sexualidad polémica, de los que se enfrentan con arrojo a su marginalidad, de los sinceros.
    Tal vez, la creatividad argumental y mis silencios, me hagan aparentar ser alguien mejor de quien realmente soy.
    Y, entre las cosas que se escapan de mi control, y entre las que me cuesta y quiero reconocer ante los demás, voy Camino de Imperfección.

    Hermione